LUIS
AULAR LEAL
Recientemente,
en una cueva a las orillas de un mar no tan vivo, descubrieron unos pergaminos,
que al parecer pertenecieron a las antiguas cancillerías de Judea y Galilea.
Los mismos, evidencian que Barrabás -el ladrón al que liberaron en lugar de
Jesús-, fue extraditado por Pilatos para ser juzgado en su territorio.
Pilatos alegaba que
Barrabás había cometido crímenes en su jurisdicción y por lo tanto debía ser
juzgado allí. Por su parte, Herodes, Rey de Galilea, sabía perfectamente
de los desastres que había hecho Barrabás y que todo aquello lo hizo
aparentemente, con la mirada cómplice de Pilatos en Judea.
Presuntamente, Barrabás
manejaba una red de traficantes de camellos, harina pan (de la época) para
panes sin levadura, incienso y cabras para el sacrificio en el templo. Lo
más terrible era que Barrabás “tenía en su nómina” de contrabandistas a varios
centuriones Romanos que estaban bajo el mando del mismísimo Pilatos.
Toda la región sabía que
Herodes desde hace tiempo le tenía unas ganas al gobernador Romano. Herodes
estaba ansioso por enviar las pruebas y al propio Barrabás a ser juzgado en
Roma, la capital del Imperio, donde las vagabunderías de Pilatos quedarían al descubierto
y finalmente rodaría la cabeza de su enemigo.
La preocupación de
Pilatos era notable, pues ya tenía doce años como máximo líder de Judea y ahora
estaban en riesgo todas las comodidades del poder a las que se había
acostumbrado. Cuenta la leyenda que el pequeño Poncio tuvo una infancia muy
pobre, en la provincia romana; y al ver lo maravilloso que era vivir bien, juró
nunca más volver a pasar hambre y necesidad, porque aquello era “ muy triste y
doloroso”; aunque por alguna inexplicable razón, les decía sus gobernados que
ser rico, era malo.
Agobiado por tal
situación, Pilatos se montó en el camello oficial (el Judea 001) y se fue de
visita de Estado a Galilea, reino de Herodes. Ambos líderes se reunieron
privadamente, sin espalderos ni asesores. Nadie sabe exactamente lo que se
dijeron o qué se acordó en esa reunión. Lo que sí se sabe, es que a los pocos
días Barrabás fue extraditado a Judea.
Finalmente, llegó el día
del juicio a Barrabás; Pilatos estaba feliz, porque iban a crucificar al ladrón
y con él se acababan los riesgos de que le quitaran el coroto; sin embargo,
algo salió mal. Barrabás, a través de uno de los carceleros, amenazó que
si lo condenaban a muerte, en plena plaza iba a gritar a todo pulmón los
nombres de todos los centuriones corruptos.
Estos, ni cortos ni
perezosos, contrataron a decenas de agitadores entre la multitud; quienes por
algunos denarios y dos ánforas de vino barato, acordaron que cuando Pilatos
preguntara: “¿A quién dejo en libertad por ser Pascua?, ¿a Jesús o a
Barrabás?”, ellos responderían: “¡A Barrabás!”.
Y así fue… y bueno… ya
todos sabemos el resto de la historia. Quien terminó pagando los platos rotos
fue el pendejo de Jesús. Pilatos quedó tranquilo, también los centuriones;
jamás se descubrió por qué Herodes cambió de opinión y nadie, nunca más, supo de
la suerte de Barrabás.