- "Ella sabe que
te tienes que calar la cola, sabe que no puedes hacer nada más, sabe que
tiene el control y por Dios santo que disfruta esa cuota de poder…”
LUIS AULAR LEAL
Cuenta la leyenda que en tiempos difíciles surge lo mejor o lo peor del
ser humano; esto último, en la mayoría de los casos. Prueba de ello es que en
guerra o durante una crisis se multiplican los bandidos, y personajes
secundarios, terciarios o simples extras, pueden cobrar protagonismo e incluso
adquirir alguna azarosa autoridad ejercida despóticamente -con resentimiento
social de por medio- para vengarse del mundo que según ellos los ha oprimido.
Esto sucede hoy en las colas de los bancos, paradas de transporte,
supermercados, panaderías y en cualquier lugar donde se preste un servicio; que
ahora ha pasado a ser una necesidad, y por lo tanto, quienes lo prestan asumen
que ya no están para servirte, sino que tú dependes de ellos, por lo que te
atenderán como les dé su real y solemne gana.
La introducción se hace necesaria para presentarles a alguien, que por
su frialdad, circunstancial miga poder y singular personalidad, no puedo llamar
sino “Estaniña” a falta de un mejor término; además, desconozco su nombre y
honestamente, no tengo el mínimo interés en averiguarlo.
“Estaniña” es cajera en una panadería. Los precios en este
establecimiento son realmente solidarios, y por ello, se ha convertido en una
suerte de “Hogar de Pony” para todos los asalariados que trabajamos en sus
alrededores, a quienes eventualmente nos toca engañar al estómago con un pan
dulce o salado y un café, gracias a la bonanza de esta “patria”, heredada del
finado y continuada por Maduro.
Los empleados de esa panadería son en general muy cordiales, incluso los
dueños saludan con particular cariño a la asidua clientela. A pesar de las
dificultades económicas, siempre hay una sonrisa por parte de casi todos los
trabajadores, con la excepción de “Estaniña”.
Ella no sonríe, ni hace contacto visual con el público; mira de la caja
a la calculadora y de la calculadora a la caja hasta abrir ligeramente sus
labios -naturalmente pintados de rojo- para anunciar la cantidad a cobrar y
tomar de las manos del desconcertado cliente el efectivo que tanto le costó
conseguir en otra cola.
Se suele pagar efectivo, porque como podrán imaginar, el punto de venta
casi siempre está dañado.
Durante el cobro, “Estaniña” no pronuncia ni un silvestre “buenas
tardes, a su orden”; no hay un “vuelva pronto”; tampoco un “hasta luego” y
mucho menos un “gracias”. Solo se oye el roce de los billetes, acompañado de un
veloz y despiadado movimiento de uñas acrílicas con indescifrables
combinaciones cromáticas.
Luego de semejante indiferencia -que es peor que el odio, según
Julio Jaramillo- el cliente se dirige cabizbajo a buscar sus panes o su
cafecito…
He llegado a pensar que “Estaniña” realmente disfruta su trabajo más
allá de su perenne inexpresividad; pero no por el hecho de atender al público,
sino por el sádico ejercicio de su efímero poder: En la cola para pagar -como
en todas las colas del país- hay abogados, ingenieros, médicos, estudiantes,
técnicos, periodistas, mecánicos, amas de casa, niños, adolescentes, adultos
mayores, heterosexuales, homosexuales, bisexuales, maestros, tukys, hipsters, católicos,
evangélicos, en fin, toda clase de personas que esperan su turno para comprar
pan e irremediablemente, toparse con la mala cara de la cajera.
Ella sabe que te tienes que calar la cola, sabe que no puedes hacer nada
más, sabe que tiene el control, y por Dios santo que disfruta esa cuota de
poder. Entre eso y las colas de la posguerra europea, donde doctores,
intelectuales y obreros hacían filas por un plato de comida sin ningún tipo de
distinción, no hay mayor diferencia; eso sí, de seguro, quien repartía el alimento
allá, era más simpático que “Estaniña”.
Paradójicamente, exhibe su amargura tras un mostrador repleto de dulces.
Con su mala educación e imposición de la igualdad hacia abajo, ejerce, sin
saberlo, el más ortodoxo marxismo-leninismo, aunque no tenga la más remota idea
quiénes fueron Carlos Marx y Vladimir Lenin.
Más de una vez, al contemplar a la gente en las colas o al estar en
ellas, creo que solo nos faltaría el traje Mao para despojarnos de identidad y
terminar de convertirnos en autómatas y blanco fácil de la opresión de una
“Estaniña” cualquiera: El Gran Timonel estaría orgullosísimo de semejante obra.
Por eso, lo que pareciera un simple y vulgar ejercicio de antipatía por parte de una cajera, va mucho más allá…
En “Estaniña” de pésimos modales, pero lo suficientemente valiente para
usar lycras floreadas y un rebelde piercing en la nariz, está la herencia de
Boves; la falta de educación de la Venezuela-cuartel que denunció Bolívar y se
expresa buena parte de lo que nos impide progresar como nación.
Aquí se desvanecen los principios elementales de cordialidad, servicio o
respeto y vuelve a la vida el fantasma del resentimiento; en ella reencarnan
tantos caudillos que llegaron a vociferar: “¡Muerte a los que saben leer y
escribir!”. Ahí, está el peligro de tantas heridas históricas sin sanar.
Cada vez que voy a esa panadería y me encuentro con “Estaniña” y su
falta de educación, por un lado me consuela saber que es ella sola, que es una
minoría, pues los demás son cordiales, respetuosos y amables; pero por otra
parte, me preocupa la situación, porque esa panadería es una suerte de
microcosmos del país, donde la mayoría son buenas personas, pero los bárbaros
tienen el poder y el pueblo es quien paga las consecuencias.
¿Hasta cuándo?
hasta que se acaben la paciencia y el silencio de la gente en la cola, y estamos muy cerca.