LUIS AULAR LEAL
CNP: 22.987
Al momento de escribir estas
líneas es la madrugada del 27 de junio de 2018. En Venezuela es Día Nacional
del Periodista, pero no es un día normal. Es como una Navidad sin Niño Jesús ni
San Nicolás; un Carnaval sin música ni disfraces; una Semana Santa sin
Nazareno, para ser más mundano y hasta gastronómico en la descripción: Esto es
un arroz con pollo, sin pollo.
¿Cómo celebrar el Día del
Periodista en Falcón, si los dos medios impresos que quedan son panfletos agonizantes
por falta de papel? ¿Con qué moral festejamos, cuando esos mismos medios, hoy
caquéxicos física y moralmente, huérfanos de coraje, se niegan a publicar la
realidad del país por órdenes e intereses políticos y económicos?
Se han cerrado emisoras de radio,
prevalece la censura, se niega o restringe el acceso a fuentes oficiales y las
presiones obligan a la nefasta autocensura… Como si no fuese suficiente tragedia, la
comodidad, alcahuetería o el bozal de arepas permitió que un Estado censor
infiltrase tanto a los medios de comunicación como al gremio periodístico, esto
último, particularmente acá en la región.
Cuando los “colegas” -así entre
comillas- que nos “representan” -también entre comillas- hacen comparsa en actos organizados
por los representantes regionales y municipales de un gobierno opresor, se da
la espalda a una realidad que abofetea al pueblo, a sus familias y a ellos
mismos.
Se desvanece el principio
periodístico de decir y defender la verdad. De estar del lado del débil. De hacer contrapeso
frente al poder. Aquí más bien caen en el servilismo y la mediocridad
espiritual, que no es otra cosa que la ausencia de virtud, por desconocimiento
de la naturaleza de esta.
Pero hay nobles excepciones. En
Caracas, el Colegio Nacional de Periodistas del Distrito Capital, desde 2012
decidió no avalar premiación alguna proveniente de cualquier instancia de
gobierno por considerarla indigna. Valiente ejemplo que Caracas dio,
lamentablemente no seguido por la mayor parte de la provincia. Qué triste.
Las “premiaciones”, de las cuales
no voy a emitir mayor juicio -pues siempre me han parecido superficiales y
merecidas solo en respetuosas excepciones- tienen valor dependiendo de su
origen.
Si esos premios los otorga un
gobierno incompetente e irresponsable, cuya ineficiencia deja al pueblo sin un
agua por más de un mes; incumple el derecho a la salud; ofrece salarios de
miseria, condena cualquier tipo de crítica y coarta la libertad de expresión,
avalar esos reconocimientos pasa a ser un espaldarazo al opresor y recibirlos,
complicidad con un gobierno delincuente.
Eso lo entendieron perfectamente
en el CNP del Distrito Capital hace seis años. Por estos lados no. Qué pena.
Ayer una amarillenta y sulfurosa
nube de gas surcó el cielo de Paraguaná cual apocalíptico caballo de la muerte.
Emanaba de las ruinas en que la Pdvsa “roja rojita” de Rafael Ramirez y Jesús
Luongo convirtió a la refinería Amuay, otrora la primera del continente.
Otro accidente en el CRP. Hoy en la prensa escrita solo hubo censura o autocensura sobre el tema. Aquello, simplemente no existió. Solo un ejemplo del día a día.
Otro accidente en el CRP. Hoy en la prensa escrita solo hubo censura o autocensura sobre el tema. Aquello, simplemente no existió. Solo un ejemplo del día a día.
Cuando un medio políticamente
comprometido -vendido, en realidad- no publica una información; quien ordena
mentir o simplemente ocultar, es el propietario del medio y su cómplice, el
director, editor, coordinador o como se llame.
Por su parte, el periodista a
quien no le han permitido decir la verdad, tiene como alternativa sus redes
sociales, un blog o tantas herramientas digitales para romper el silencio y
darle dignidad a su profesión, pero solo unos pocos las usan.
Quizás no lo hacen por miedo, por
las amenazas, por temor a la sanción o a perder su quince y último, que aunque
solo sean dos dólares, en un país de supervivientes no es mucho, sino lo único.
Decir la verdad, se ha convertido
en delito, no por ley, sino por la amenaza del opresor. Todo aquel que escriba
algo crítico o denuncie es un apátrida, un conspirador. Entonces, debo serlo… y
prefiero ser eso antes que cómplice de criminales.
Aparecerá también el tarifado
gobiernero que criticará estas líneas, invocando a la objetividad y una falsa y
pusilánime ética, como excusa para no denunciar y ser periodísticamente “imparcial”;
pero ante la injusticia, la ilegalidad y el abuso, ser imparcial es cobardía.
Y esta profesión no es para
cobardes ni vendidos. ¡Así que lárguese!
Mañana cuando la pesadilla
termine, vendrá el juicio de la historia. Y más adelante, serán las
generaciones dentro de 10, 20, 30 años o más, los hijos y nietos, los que
entonces preguntarán: ¿Qué hiciste tú como periodista durante la tiranía
castrochavista?; ¿Te opusiste o fuiste colaborador? ¿Qué hiciste mientras el
gobierno de Maduro, Cabello y El Aissami terminaba de destruir al país?;
¿Dijiste algo o escribiste una letra de protesta o denuncia sobre los cientos
de miles de ancianos que mendigan una miserable pensión pernoctando hasta dos
noches a las afueras de un banco?; ¿Relataste o al menos te conmoviste por los
que han caído muertos en esas colas?
…¿Hablaste o escribiste al menos media frase
sobre los miles de venezolanos que agonizan y mueren en los hospitales por
falta de medicamentos básicos, mientras los caudillos chavistas municipales,
regionales y nacionales, sus testaferros y enchufados gozan de los miles de
millones de dólares robados y ahora huyen del país?
…¿Hiciste algo por denunciar la
entrega de nuestra nación a Cuba? ¿Dónde trabajabas en esos años?¿Algún
familiar tuyo se fue del país? ¿Aún está afuera? ¿Lo volviste a ver? ¿Cómo te
sentiste cuando se fue? ¿Te sientes responsable de su partida? ¿O acaso fuiste
tú quien dejó el país?
¿Tendrás moral para ver a los
ojos a tus hijos y nietos dentro de unos cuantos años cuando te pregunten todo
esto? Ojalá que sí…
La historia no perdona, siempre
pasa factura. Por eso es necesario definir posiciones y decir lo que se debe. Y
hace rato es tiempo. Particularmente, lo hago porque mi conciencia me lo manda y
la virtud me lo exige. Puedo dormir tranquilo. Gracias a Dios.
Hasta hace casi un año estuve al
frente de un medio de comunicación impreso donde siempre forcé la barrera para
publicar la verdad, pese a las circunstancias e intereses económicos y políticos
de los propietarios... ¿Discusiones? Todas, fuertes, no podía ser de otro modo
y directamente con los dueños del medio… al final siempre lograba publicar
buena parte o al menos algo; y en un gobierno opresor, siempre se hace más
publicando algo que nada… con sus respectivas consecuencias.
Cuando aumentaron las presiones,quisieron
obligarme a mentir. Se incrementaron las discusiones. Se perdió el respeto. Renuncié.
Me despedí de la dirección del diario y del equipo que formé. La última lección
que tocó impartirles fue la de la dignidad, quizás la más importante de todas.
Unos renunciaron a los días, otros
a las semanas, a los meses… Muy pocos se quedaron. Del equipo original algunos
migraron a otros medios. La mayor parte a otros países; como vendedores,
albañiles, trabajadores de autolavados o ejerciendo su profesión. Pero todos,
siempre dignos, con la frente en alto.
Y justamente la dignidad del
periodismo nacional, hoy está golpeada, pero viva. Dos décadas de continuos,
desmedidos y cobardes ataques no pudieron desaparecerla.
La libertad de prensa tímidamente
rompió fuente en el gobierno de López Contreras (1936-1941), nació enmantillada
con Isaías Medina Angarita (1941-1945), tuvo su niñez en la turbulencia de la
Junta de Gobierno y las primeras elecciones libres (1945-1948), una dura adolescencia le permitió sobrevivir la
década militar (1948-1958) y completó su adultez con las garantías de la
democracia representativa, con todos los trastabillados pasos que pudo dar
(1958-1998).
Esa libertad de expresión que se
labró en el genoma del venezolano a lo largo de casi un siglo, ha vivido su
prueba de fuego en un totalitarismo que irónicamente se vendió a través de los
medios de comunicación. Paradojas de la vida. Otra lección que aprender.
Hoy toca hacer un puente, un
canal, entre lo mejor de otras épocas, con las hazañas de hoy, que sí las hay.
Para mí es maravilloso saber que
en mi país existe un periódico (El Nacional) que en dos oportunidades fue
dirigido por el Dr. Ramón J. Velázquez, quien coincidió con el maestro José
Ignacio Cabrujas como columnista y Zapata como caricaturista. Y que ese mismo
periódico fue fundado por un caballero llamado Miguel Otero Silva, autor de una
docena de novelas. También en ese diario, huyendo de Rojas Pinilla, trabajó
como reportero un joven colombiano de Aracataca, llamado Gabriel García
Márquez.
Del mismo modo es motivo de
orgullo saber que hoy en mí país, ante el boicot que impide la compra de papel
para periódicos, han surgido medios digitales como efectococuyo.com, dedicados
valientemente a la investigación. Han roto a través de la red el cerco y el
silencio de un Estado delincuente. Solo ellos han denunciado de manera completa
las dimensiones del crimen ecológico del Arco Minero del Orinoco.
Por otra parte, comparo el humor
de Zapata, Nazoa o Graterolacho con los youtubers como Javier Romero (@javierhalamadrid)
o Manuel Ángel de “Pero tenemos Patria” brillantes comunicadores que en su
estilo satírico e inteligente más el uso de la tecnología, a diario ponen en
ridículo o más bien dejan en evidencia ante el mundo a la dictadura, la
brutalidad de esta y sus patanes, así como la cobardía de sus eunucos.
Eso, duele más que el discurso de
cualquier político…
Valoro sobre manera la herencia
de uno de mis héroes, el ilustre Oscar Yanes, quien empezó a hacer periodismo a
los 14 años, cuando aún usaba pantalones cortos. El más insigne ultimeño enseñó
cómo llegar a las masas a través de la polémica.
Entrevistó a todos los presidentes
venezolanos del siglo XX (con la excepción de Castro y Gómez), y así a artistas
como Dalí y a Reverón. Fue varias veces director de prensa de Venevisión y
siguió siempre los tres consejos para ser un buen periodista que le dio el gran
Leoncio Martínez en la plaza Bolívar de Caracas: “1) Lee mucho, porque un
periodista debe saber de todo; 2) Cuidado con quien te reúnes y a quien le
recibes regalos y 3)No te vendas, porque después no te cree nadie, ¡periodista
que se vende, se jode!”.Definitivamente, “Así son las cosas”.
Se aprende de lo bueno, para
crecer y hacer la diferencia en medio del caos. La luz de la virtud ilumina al
justo y deja ciegos a los vulgares. Siempre serán íconos de la investigación el
señor Nelson Bocaranda, Roxana Ordóñez, Marieta Santana, el periodismo cultural
y la obra de Sofía Imber o la señora Milagros Socorro que llevó hasta Europa el
clamor de Venezuela, sin olvidar la herencia de su tierra goajira. Busquemos
los buenos ejemplos a seguir.
Por suerte tuve un puente entre
esa generación del gran periodismo de Caracas y otras ciudades de Venezuela y
la región, aprendí de ellos, pregunté hasta la necedad; aprendí todo lo que
pude; unos ya no están en el país, algunos como Salomón Escalona y José Luis
González se han retirado. Otros, como mi profesor Reyes Segundo Quintero, sigue
en pie de lucha en Coro.
Franklin Morales, Carolina
Sánchez, Tibisay Francisco y Yunio Lugo se fueron al exterior, porque el país
en su agonía del sarcoma socialista los expulsó. Salieron para salvarse, pero
dejaron el conocimiento y lo mucho o poco que pude haber aprendido, juro que lo
he transmitido a quienes lo buscan.
Eso sí,“los labios de la sabiduría solo
se abren ante los oídos que están preparados y esperan el conocimiento”. El
Kybalión.
Esos oídos existen y aplaudo de
pie a la generación de periodistas que hace su trabajo hasta donde se los
permiten, pero no se conforman y buscan vías alternativas para informar.
Mi reconocimiento a todos
aquellos cuya dignidad les mueve el ser, cuando saben que el medio donde
trabajan miente y manifiestan sin temor su desacuerdo.
En esa valentía y consciencia
moral es que están cifradas mis esperanzas.
El país no ha desaparecido ni
desaparecerá. El periodismo tampoco. Eso sí, ambos están dolidos, golpeados,
politraumatizados; toca rescatarlos, recuperarlos. He ahí la tarea.
He perdido la cuenta de cuántos
amigos y familiares se han ido del país en los últimos dos años. Tampoco me
interesa llevar la estadística, no quiero, me aterroriza.
A nuestras generaciones no solo
nos duele, sino que nos resulta extraño el éxodo, porque en el diccionario
personal las palabras extranjero y exilio no existían. Aparecieron. Pero no
somos ni los primeros, ni vamos a ser los últimos en este plan.
Dos de los insignes nombres
comentados antes: Miguel Otero Silva y Gabriel García Márquez, tuvieron que
salir de sus países. En ese periplo les tocó crecer. Tras sortear dificultades
y asimilar aprendizajes, el resultado fue más que excelente.
Aunque de esos exilios muchos no
vuelven,otros sí y casi siempre con planes de Estado para su país… y los
materializan al regresar. Hoy con internet, redes sociales y tantas
herramientas debería ser más sencillo. Ahí está la clave.
Dentro de poco, cuando la
pesadilla termine, empezaremos a contribuir con la reconstrucción de Venezuela.
Desde donde estemos.
No pierdo las esperanzas de que
un día y en algún lugar del planeta, nos encontremos todos los que hoy estamos
dispersos; los que se han ido, los que estamos por irnos y los que se quedan.
Ahora, me atrevo a fantasear un
poco e imaginar que simplemente, somos corresponsales venezolanos diseminados por el mundo; en
Madrid, Bogotá, Barranquilla, Aruba, Buenos Aires, Lima, Quito, Santiago,
Londres, en tantos lugares… y que reportamos para una gran
red de noticias, tejida indisolublemente, con lazos de pasión periodística y
una genuina amistad.
Feliz Día del Periodista, a
ustedes que realmente se lo merecen…
Punto Fijo, 27 de
junio de 2018.