- Cristiano ejemplar y padre de la Medicina moderna en Venezuela
- Supo llevar de la mano a Dios y la ciencia médica para servir al prójimo
- Los creyentes aseguran que se ha hecho larga la espera de su beatificación y posterior canonización
- La Iglesia espera el auténtico milagro para llevarlo oficialmente a los altares
LUIS AULAR LEAL
Fotos: Archivo
Publicado en el diario El Falconiano el domingo 26 de octubre de 2014. En ocasión de celebrarse los 150 años del natalicio del doctor José Gregorio Hernández
Su imagen está plasmada en estampitas, microbuses, murales y
moldeada en yeso. Su ejemplo, permanece en el inconsciente colectivo del
venezolano, como muestra de lo que el país puede ser. Hoy, José Gregorio es
parte de la reserva moral y espiritual de la nación. A 150 años de su
nacimiento en Isnotú, para los creyentes, la santidad de Hernández no admite la
mínima discusión. Podría decirse que es “Santo por aclamación popular” y que el
auténtico milagro de la beatificación, es el simple hecho de unir a Venezuela.
Casa natal del José Gregorio Hernández, en Isnotú, estado Trujillo
De Isnotú a Caracas
El 26 de octubre de 1864, nace en Isnotú, Estado Trujillo, José Gregorio Hernández Cisneros, hijo de Benigno María Hernández Manzaneda y
Josefa Antonia Cisneros Mansilla, de ascendencia colombiana y española canaria
respectivamente. Desde niño fue disciplinado y mostró inclinaciones religiosas y
científicas. Se traslada a Caracas a estudiar bachillerato y luego llega a la
Universidad Central de Venezuela, donde el 29 de junio de 1888 obtiene el
título de doctor en Medicina.
Sus padres
Isolina Hernández, junto a su hermano José Gregorio
Padre de la Medicina
moderna en Venezuela
Por su excepcional desempeño académico es becado por el Gobierno de nacional para cursar estudios de Fisiología Experimental en Europa
de 1889 a 1891. Sus profesores Charles Richet (en París) y Don Santiago Ramón y
Cajal (en Berlín) obtendrán cada uno, años después, el premio Nobel de
Medicina. Hernández regresa a Venezuela trayendo un moderno
laboratorio de Fisiología Experimental.
El joven Hernández en sus tiempos de estudiante en Europa
En palabras del doctor Rafael
Muci-Mendoza, actual presidente de la Academia Nacional de la Medicina, José
Gregorio Hernández “sacó de la penumbra a la Fisiología, dominada hasta
entonces por la teoría y el caletre paralizante; creó una verdadera docencia científica,
pedagógica y ¿por qué no decirlo? con toque divino”.
Dr. Rafael Muci-Mendoza, presidente de la Academia Nacional de la Medicina
Fue además profesor universitario de las cátedras de Histología normal y patológica, Fisiología Experimental, Bacteriología, Parasitología, sin dejar de tener presente el estudio clínico. Dejó gran
cantidad de trabajos científicos y gozó hasta su muerte de la admiración de sus
estudiantes y colegas.
El médico de los
pobres
Pasar consulta de manera gratuita en su casa a los pobres de
Caracas e incluso regalarles las medicinas, fue una de las cualidades de
servicio que lo llevó a ganarse el corazón de la gente. Siempre tuvo vocación
religiosa y tanto antes como después de ir La Cartuja se dedicaba a atener a
los enfermos pobres a cambio de nada.
Fray Marcelo fue el nombre que adoptó José Gregorio
Hernández durante los nueve meses que vivió como religioso de clausura, en el
monasterio de La Cartuja, Italia. La única entrevista para la prensa que
permitió que se le hiciera, se publicó el 24 de abril de 1909 en un
periódico llamado El Tiempo. La misma, fue concedida a Jesús Rafael Rísquez;
su discípulo, quien además de ser médico, ejercía el periodismo. Parte de ese
trabajo lo reproducimos a continuación:
- Doctor Hernández,
¿usted estaba preparado para vivir en La Cartuja?
- Como no. Tenía diez años preparándome para vivir en La
Cartuja.
- ¿Cómo fue su vida
en La Cartuja?
- Los monjes no podíamos hablar. Teníamos que caminar
siempre mirando hacia el suelo. Cuando tropezábamos uno con otro o nos
encontrábamos casualmente, ni nos saludábamos. La comida la recibíamos a través
de una ventanilla de la celda donde vivíamos. Estábamos descalzos dentro del
convento y cuando salíamos al patio llevábamos unas sandalias.
Cada monje disponía de dos pequeñas celdas. Una para dormir
y otra para meditar. Dormía sobre una cama de tabla y se arropaba con una
cobija. Tenía una pequeña mesa en donde había una vela para alumbrar y en la
otra celda –que estaba al lado-, contaban con un pequeño mueble con dos sillas
y libros. Era allí donde meditaba… Las dos celdas quedaban separadas por un
pequeño patio o jardín que cada cartujo se encargaba de cultivar.
-¿Cómo vestían los
cartujos doctor Hernández?
- Bueno, el vestido era incómodo, porque nosotros usábamos
un silicio, que es una especie de camisa de piel de cabra, que va desde el
cuello hasta más abajo de la cintura... Tenía - como es obvio- unas grandes
cerdas; esas cerdas por supuesto cuando usted se movía se le enterraban en el
cuerpo y cuando usted se dormía, apenas hacía el más leve movimiento de brazos
o piernas, también. Encima del silicio nos poníamos una camiseta de lana, luego
después el hábito y cubríamos la cabeza con una especie de capuchón.
...
José Gregorio era de baja estatura y contextura delgada; en
La Cartuja, estaba sometido a un frío inhumano, incompatible con su salud.
Durante el invierno, la temperatura podía llegar a varios grados bajo cero y en
ese ambiente tenía que meditar, ayunar, hacer penitencia, estudiar y cortar
árboles con una pesada hacha.
Fiebre, escalofríos, temblores, dolores musculares y
dificultad para respirar, fueron sus indeseables acompañantes por varias
semanas. Hasta que el superior de la orden lo llamó y le dijo tajantemente:
“Usted no puede seguir en La Cartuja... Usted no tiene vocación contemplativa,
tiene vocación activa. Si usted quiere abandonar la Medicina y dedicarse a la
vida religiosa, tiene que ingresar en la orden de los jesuitas u ordenarse en
el clero secular, pero en La Cartuja usted no puede hacer nada”.
Y agrega… “Además, usted no cumple con la función, con el
cupo de cortar árboles con el hacha, porque no sabe hacerlo, no tiene fuerza
física suficiente para hacerlo, y el día menos pensado, si usted se queda aquí,
va a morir… Así es que váyase y vuelva otra vez al mundo”. Y así fue, regresó a
Venezuela y continuó su labor como médico, docente y cristiano al servicio de
los pobres.
La mañana del 29 de junio, José Gregorio Hernández fue a
misa; compartió con su hermana Isolina e incluso tomó jugo de guanábana, su
bebida predilecta. Estaba cumpliendo 31 años de haberse graduado de médico. En
la tarde del día anterior, habían firmado en Europa el Tratado de Versalles,
que ponía fin a la Primera Guerra Mundial. Hernández en un acto de fe, había
ofrecido su vida por el fin de la guerra.
Tragedia en la
esquina de Amadores
Todavía se llama así y también existe la farmacia Amadores
en La Pastora, al norte de Caracas. A las 2:15 p.m. de aquel domingo de
1919, el doctor Hernández salía de comprar las medicinas para un paciente en la
botica Amadores. El tranvía, estacionado justo en la esquina y no le permitió
ver que un automóvil Hudson Essex, modelo 1918, venía a 30 kilómetros por hora
hacia él.
Lo golpeó el guardafango derecho, causándole contusiones. La
desgracia se consumó cuando aturdido, perdió el equilibrio y trastabilló por
varios metros, hasta caer de espaldas golpeándose la cabeza en la región
occipital con el filo de la acera.
La noticia se supo en toda Caracas. Fernando Bustamante, un
mecánico de 28 años era el chofer del carro; él mismo llevó a José Gregorio al
hospital Vargas y después fue a buscar al doctor Luis Razetti para que lo
atendiera; pero cuando llegaron, Hernández ya había muerto.
El informe médico escrito por Razetti reportó: “Fractura en
la base del cráneo, edema bajo los párpados, hemorragia por la nariz, oídos y
boca, herida en la sien derecha y moretones en las piernas por encima de las
rodillas”.
Caracas lloró a un
Santo
Con 55 años José Gregorio Hernández gozaba del respeto de
toda la ciudad. Lo admiraban como médico, académico y ciudadano. Su repentina
muerte hizo que el pueblo cayera en cuenta de lo que habían perdido. Los
cronistas describen que hasta esa fecha no hubo una manifestación pública
semejante a la del funeral de Hernández.
El velatorio se iba a realizar en una residencia particular, pero la multitud de dolientes hizo que lo velaran en la Universidad Central de Venezuela ante la presencia de miles de caraqueños que afirmaban: “¡Era un santo!”.
El velatorio se iba a realizar en una residencia particular, pero la multitud de dolientes hizo que lo velaran en la Universidad Central de Venezuela ante la presencia de miles de caraqueños que afirmaban: “¡Era un santo!”.
Una multitud salió a despedirlo en las calles de Caracas. En la imagen se aprecia el cortejo fúnebre
El juicio y el
expediente número 32
El 3 de julio comenzó el juicio contra Fernando Bustamante.
Alejandro Sanderson, el juez ordenó su detención. El primero de agosto la
familia Hernández envió una comunicación al juez manifestando que no
solicitaban castigo para Bustamante, pues estaban convencidos de que todo fue un
accidente.
Pero el juicio continuó. 11 personas testificaron, incluido Mariano Paredes, conductor del tranvía número 27; los pasajeros del mismo;
Bustamante, el acusado; y la señorita Angelina Páez quien vivía en la esquina
de El Guanábano, exactamente frente a la escena del accidente y pudo ver todo. Ella escuchó al doctor Hernández exclamar: “¡Virgen Santísima!” en el
momento del accidente.
El abogado defensor de Bustamante fue el doctor Pedro Manuel
Arcaya y uno de los alegatos sostenía que el doctor José Gregorio Hernández había adoptado desde La Cartuja
el hábito de caminar mirando hacia el suelo y eso, además de la posición del
tranvía, hacía imposible que viese al automóvil. En febrero de 1920
terminó el juicio y el joven Fernando fue absuelto. Murió en 1984.
“Yo fui paciente del
doctor Hernández”
Cecilia Martínez, la primera locutora venezolana, está a un
mes de cumplir 101 años. Fue paciente del doctor José Gregorio Hernández. Esta
caraqueña centenaria, recuerda al Venerable médico en entrevistas concedidas a
las periodistas Milagros Socorro y Roxana Ordóñez:
“Era un hombrecito pequeño, de voz suave y agradable. En esa
época, los niños se asustaban con el médico, pero eso no ocurría con el doctor
Hernández, que venía con un sombrerito negro y su corbatica, y me decía: ‘vamos
a ver, Cecilia, abre la boca a ver qué hay en esa garganta”.
Cecilia Martínez, con un siglo de existencia es quizá la única
paciente del doctor Hernández que aún vive
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En 1969 los restos del doctor Hernández fueron exhumados del Cementerio General del Sur para iniciar el proceso de canonización. Actualmente reposan en la iglesia de La Candelaria, Caracas, donde a diario acuden cientos de creyentes.
Fachada de la Iglesia de La Candelaria
Sepulcro del doctor José Gregorio Hernández, dentro del templo